Con este post culmina el recorrido iniciado al distinguir entre Mediocristán y Extremistán, al trazar los cuatro cuadrantes de Taleb y al explorar los sesgos —narrativos, de confirmación y de supervivencia— que nos impiden ver los eventos extremos antes de que ocurran. En el camino aprendimos que muchos fenómenos no fallan por falta de datos, sino por una mala comprensión del tipo de mundo en el que nos movemos. Los cisnes grises, esos eventos improbables pero imaginables, emergen precisamente en esa frontera. Y la llamada burbuja de la IA nos ofrece hoy un caso vivo para observar cómo intentamos anticiparlos… mientras seguimos atrapados en la incertidumbre.
Un cisne gris en directo
La inteligencia artificial no es una promesa vacía. Hay avances técnicos reales, mejoras de productividad tangibles y un cambio profundo en cómo se desarrollan productos y servicios. Precisamente por eso, la hipótesis de una burbuja resulta incómoda. No encaja bien con una narrativa basada en fundamentos sólidos. Sin embargo, que algo sea real no lo hace inmune a la sobrevaloración.
Aquí aparece el cisne gris: sabemos que los mercados tecnológicos pueden sobrecalentarse, sabemos que las historias de disrupción atraen capital de forma no lineal y sabemos que las expectativas pueden adelantarse muchos años a los resultados. Nada de esto es impensable. Lo difícil es integrarlo sin caer ni en el alarmismo ni en el entusiasmo acrítico.
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