Los cisnes grises: eventos parcialmente previsibles en el límite entre lo imaginable y lo inesperado

En esta serie dedicada a El cisne negro hemos aprendido a desconfiar de las predicciones cómodas y de los modelos que solo funcionan en mundos estables. Pero hay una idea aún más incómoda —y más útil— que atraviesa el pensamiento de Nassim Nicholas Taleb: no todos los eventos extremos son completamente imprevisibles.

Entre lo rutinario y lo impensable existe una franja borrosa. Ahí viven los cisnes grises.

¿Qué es un cisne gris?

Un cisne gris no es un evento imposible de concebir. A diferencia de los cisnes negros, sabemos que puede ocurrir, incluso podemos describirlo de forma general, pero su baja probabilidad hace que lo releguemos mentalmente a un segundo plano. No lo negamos, pero tampoco lo integramos de verdad en nuestras decisiones.

Por eso, cuando finalmente ocurre, no nos sorprende tanto el hecho como nuestra propia reacción retrospectiva: “en realidad, se veía venir”. El cisne gris no nos enfrenta a lo desconocido absoluto, sino a una posibilidad incómoda que habíamos decidido ignorar. Es improbable, pero plausible; imaginable, pero inconveniente.

La intuición fractal: cuando lo pequeño se parece a lo grande

Para entender por qué muchos eventos extremos pertenecen a esta categoría intermedia, es clave pensar en términos de escalabilidad. Hay sistemas en los que lo grande y lo pequeño no son fenómenos distintos, sino variaciones de un mismo patrón que se repite a diferentes escalas. Como ocurre en las estructuras fractales, las formas no cambian radicalmente al crecer: se amplifican.

En ámbitos como los mercados financieros, la riqueza, la difusión cultural o la adopción tecnológica, no existe un límite natural claro. Si algo funciona a pequeña escala, puede —en circunstancias excepcionales— hacerlo a una escala enorme. Una colina no es una montaña, pero se le parece; una venta exitosa no es un superventas global, pero pertenece a la misma lógica subyacente.

Aceptar esta idea tiene una consecuencia fundamental: los valores extremos no son anomalías inconcebibles, sino extensiones raras de lo que ya observamos. Y eso abre la puerta a imaginar escenarios que todavía no aparecen en los datos, pero que son coherentes con su estructura.

Ejemplos que vuelven gris lo que parecía negro

Cuando introducimos la escalabilidad en nuestro razonamiento, muchos supuestos cisnes negros cambian de color. Si un libro puede vender decenas de millones de copias, no es absurdo imaginar que otro venda cientos de millones. Si existen multimillonarios, no es impensable que aparezcan fortunas aún mayores. La probabilidad es baja, pero el escenario es consistente con el sistema.

Este mismo razonamiento se aplica a fenómenos económicos y financieros. Si los mercados han experimentado caídas severas en el pasado, una caída aún mayor entra dentro del espacio de lo imaginable. No sabemos si ocurrirá pronto, ni cómo se desencadenará exactamente, pero ya no pertenece al reino de lo impensable. En ese punto, el evento deja de ser negro y se convierte en gris.

Mercados financieros: el gris más ignorado

Los mercados son, quizá, el ejemplo más claro de esta transformación conceptual. Sabemos que pueden subir y bajar, que existen burbujas, crisis y episodios de pánico. Sabemos que las distribuciones no son suaves y que las colas pesan más de lo que indican los modelos clásicos. Aun así, cada gran desplome suele presentarse como una sorpresa.

Desde esta perspectiva, un gran crash bursátil no debería tratarse como un cisne negro. Es un cisne gris: un evento cuya existencia es conocida, pero cuyo momento, magnitud y detonante concreto permanecen inciertos. Lo impredecible no es el qué, sino el cuándo y el cómo. Confundir esa incertidumbre temporal con imposibilidad conceptual es uno de los errores más frecuentes —y costosos— en análisis de riesgo.

Transformar cisnes negros en grises

El objetivo no es predecir con exactitud los eventos extremos, sino hacerlos mentalmente presentes. Cuando entendemos que ciertos sistemas escalan y que no tienen límites claros, dejamos de preguntarnos si algo puede ocurrir y empezamos a preguntarnos qué implicaría si ocurriera.

Este cambio de enfoque transforma la predicción en preparación. No elimina la incertidumbre, pero la vuelve visible y manejable. Los cisnes grises no se anticipan con calendarios, sino con una estructura mental que acepta lo raro como parte natural del sistema.

De la predicción a la preparación

Pensar en cisnes grises implica abandonar la obsesión por el valor medio y prestar atención a los extremos. Significa diseñar decisiones que no dependan de que el mundo se comporte “normalmente”. No sabemos cuándo llegará el evento extremo, pero ya no nos toma completamente por sorpresa, porque forma parte del mapa.

En este punto, la serie empieza a cerrarse sobre sí misma. Hemos pasado de los cisnes negros como advertencia filosófica, a los cisnes grises como herramienta práctica para pensar el riesgo. El último paso es observar qué ocurre cuando intentamos aplicar estas ideas en tiempo real, mientras estamos inmersos en narrativas optimistas y señales contradictorias.

Ese será el tema del próximo —y último— post de la serie: “La burbuja de la IA: un ejemplo actual de cómo intentamos anticipar un Cisne Gris… con resultados inciertos.” Un caso vivo, incompleto y precisamente por eso tan revelador.

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